En el Rincón de La Victoria, la apicultura artesanal florece gracias a las manos de Jilma Castrillo. Viuda y madre de siete hijos, a sus 70 años sigue impulsando con firmeza su emprendimiento familiar de producción de miel, convencida de que es posible hacerlo cuidando la tierra, el agua y la agrobiodiversidad.


Comenzó hace más de 20 años con solo dos cajas apícolas; hoy cuenta con ocho, ubicadas en un espacio rodeado de cultivos de flores que ella misma sembró para alimentar a sus abejas, y donde incluso ha construido un pequeño lago artificial.


“Cuando cuidas bien a las abejitas, ellas te retribuyen con su miel”, afirma Jilma, quien se ha convertido en una de las productoras más comprometidas de las Escuelas de Campo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Allí aprendió a mejorar los suelos con abonos naturales, cultivar flores sin químicos y producir una miel de mayor calidad, libre de pesticidas.


Como ella, otras 30 familias de la comunidad —ubicada en el municipio de San Lorenzo, Tarija— implementan buenas prácticas productivas: diseño de jardines, manejo adecuado de apiarios y entrega de complementos alimenticios para preparar a las abejas ante la época fría.


Cada una de estas acciones busca fortalecer la actividad productiva local y el empoderamiento económico de la agricultura familiar. “Yo transmito mis conocimientos a mis hijos e invito a todas las personas, especialmente a las mujeres, a aprender sobre apicultura. Porque si yo pude sola, todos pueden”, concluye Jilma.